miércoles, 16 de octubre de 2013
Guerras silenciosas
Carlos Ayala Ramírez
ALAI AMLATINA, 15/10/2013.- Según la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés),
uno de cada cuatro niños menores de cinco años en el mundo padece
retraso del crecimiento. Esto significa que 165 millones de niños están
tan malnutridos que nunca alcanzarán todo su potencial físico y
cognitivo. Aproximadamente, 2 mil millones de personas en el mundo
carecen de las vitaminas y minerales esenciales para gozar de buena
salud. Unas 1,400 millones de personas tienen sobrepeso; de estas,
alrededor de un tercio son obesas y corren el riesgo de sufrir
cardiopatías, diabetes y otros problemas de salud. Las mujeres
malnutridas tienen más probabilidades de dar a luz a niños con bajo
peso, que inician su vida con un riesgo mayor de padecer deficiencias
físicas y/o cognitivas. De acuerdo a la FAO, la malnutrición de las
madres es una de las principales vías de transmisión de la pobreza de
generación en generación.
El hambre y la malnutrición, pues, matan progresivamente a más personas
cada año que el sida, la malaria y la tuberculosis juntas. Los datos
mundiales siguen siendo dramáticos: 870 millones de personas pasan
hambre; las mujeres, que constituyen un poco más de la mitad de la
población mundial, representan más del 60% de las personas con hambre;
la desnutrición aguda mata cada día a 10 mil niños. Este último dato,
por sí mismo, es escandaloso y sería suficiente argumento para
transformar de raíz el actual sistema alimentario, cuya inequidad genera
más muertes que cualquiera de las guerras actuales. O quizás estamos
ante otro tipo de guerra, esta vez silenciosa.
En el caso de El Salvador, de sus 262 municipios, 188 están en el grupo
de población con desnutrición media; 28, con alta; y siete, con
desnutrición muy alta. El resto aparece en el grupo de baja y muy baja.
Si nos atenemos a estos datos, no podemos hablar de hambruna en el país,
pero eso no implica desconocer la realidad de miles de familias que
siguen sufriendo la angustia y la incertidumbre de la inseguridad
alimentaria.
Eduardo Galeano, en su libro Los hijos de los días, habla de las guerras
calladas. Denuncia que la pobreza, con todas sus secuelas, no estalla
como las bombas ni suena como los tiros, pero igual produce muerte. Y
con agudeza crítica señala que “de los pobres, sabemos todo: en qué no
trabajan, qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen,
qué no piensan, qué no votan, en qué no creen. Solo nos falta saber por
qué los pobres son pobres. ¿Será porque su desnudez nos viste y su
hambre nos da de comer?”.
El 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación con el
propósito de dar a conocer y destacar los problemas relacionados con el
hambre. Este año, el lema central es “Sistemas alimentarios sostenibles
para la seguridad alimentaria y la nutrición”. Tres son los mensajes
centrales enviados al mundo y a los tomadores de decisiones políticas y
económicas. Primero, una buena nutrición depende de las dietas
saludables; segundo, estas dietas exigen sistemas alimentarios que
posibiliten el acceso a alimentos variados y nutritivos; tercero, los
sistemas alimentarios saludables solo son posibles con políticas e
incentivos concretos y coherentes. Para la FAO, las políticas
gubernamentales deben enfrentar directamente las causas de malnutrición,
entre las que figuran la insuficiente disponibilidad de alimentos
saludables, variados y nutritivos, y el limitado acceso a ellos; la
falta de acceso a agua salubre, saneamiento y atención sanitaria; y las
formas inapropiadas de alimentación infantil y de dietas de los adultos.
Así, este año se pone énfasis en la malnutrición, más que en el hambre,
lo cual supone que se tiene algo qué comer, aunque no sea lo más
nutritivo. Supone, además, que el aumento de la producción de alimentos
no garantiza por sí sola una nutrición adecuada. Ahora bien, sin
menospreciar el valor de este enfoque, hay que tener presente, si se
quiere una solución estructural, que el mayor obstáculo para la
superación del hambre y la malnutrición en el mundo es la falta de
avances en la consecución de un desarrollo equitativo y de medios de
vida más sostenibles no solo para los grupos más vulnerables, sino para
el conjunto de la sociedad. Y eso pasa, necesariamente, por reducir las
enormes disparidades en el mundo y en cada país.
En América Latina, por ejemplo, la brecha entre ricos y pobres ha
aumentado. El 20% de la población más rica tiene en promedio un ingreso
per cápita casi 20 veces superior al ingreso del 20% más pobre. El hecho
de que 47 millones de personas sufran hambre en la región se explica en
buena medida por esta concentración de la riqueza tan desigual como
injusta. Por otra parte, se afirma que para salvar a los que padecen
hambre en el mundo se requieren unos 30 mil millones de dólares anuales.
Una cifra pequeña si la comparamos con los gastos militares de Estados
Unidos en 2012: 682 mil millones de dólares. Está claro que en el mundo
es más importante la seguridad militar que la seguridad alimentaria, los
gastos para la guerra que los gastos para la vida. Otra cifra
escandalosa la representan las 1,300 millones de toneladas de alimentos
que cada año se tiran a la basura en lugar de orientarlas a la reducción
del hambre y la malnutrición.
Estos datos sobre hambre, malnutrición, gastos militares, concentración
de riqueza y desperdicio de alimentos remiten a muerte, directa o
indirectamente. Y en este contexto, resultan proféticas y esperanzadoras
las palabras de Jesús de Nazaret: “Dichosos ustedes los que tienen
hambre ahora, porque serán saciados… Pero ¡ay! de ustedes los que ahora
están saciados, porque van a pasar hambre”. Hay aquí un primer paso para
cargar con la realidad de los que pasan hambre y malnutrición: se ha
escuchado su clamor y se les ha sacado de su inexistencia haciendo
central su situación; condiciones necesarias para decidirse a trabajar
por la justicia y poner fin a las guerras silenciosas del presente.
- Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA
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